miércoles, 7 de enero de 2009

Cali ají,Cali azúcar

Todavía me sabe la boca a ese sabor a caña, a empanada con ají a brisa y a sol, a mamá y papá... Cuando era niña;cada día del "ahijao" esperaba mi maseta de azúcar, con figuritas a la moda.Las macetas sencillas con los palitos enrollados, las que tenian figuritas de la caricatura de momento.Las mías se conservaban por años como piezas patrimoniales, me parecía un atropello comerme tanto deroche de arte y creatividad. Mi madrina está en el cielo...y ahora vivo en una nevera llamada Bogotá donde el azúcar solo se le pone al chocolate para cantar "el que a bogota no ha ido con su novia a monserrate". Tampoco he encontrado la importadora oficial de macetas originalemnte valle-caucanas... Las distancias consumen los sabores de la infancia, la cucharada de manjarblanco que me comía antes por inercia me la como cual manjardedioses. Ay mi Cali, mi Santander de Quilichao, donde todavía se toma una la foto tropical en el parque con el novio, donde la gente se baila hasta un villancico, donde hasta los perros se ponen chancla, jajaja. Si por la Quinta vas pasando es mi CaLi bella que vas atravesando, y las caleñas son como las flores que se alimentan del néctar de los dioses que habitan la sucursal del cielo.

Un cuento para olvidar

Ella se negaba a olvidar, se negaba porque olvidar era un dificil tarea, una tarea de valientes que ella no estaba preparada para asumir.
Recordaba los días y las noches, los amores y los desamores, las palabras y las cosas, ella solo olvidaba el deber de olvidar...
Desde muy niña soñaba con ser artista, soñaba con lograr cambiar la ausencia por la presencia, el olvido por el recuerdo, los recuerdos por amores.
De noche siempre la acompañaban los cuentos, cuentos de esos que nos acompañaron cuando niños; habitados por heroínas de fantasía, diosas que no existen más que en la imaginación, escritas por grandes escritores que ya no escriben.
Los años corren, corren para escaparse del olvido que los persigue como un policía del tiempo.
Se crece y se olvida inevitablemente; se olvida para nacer, se olvida para crecer y ser.
Los cuentos que leía ya no ocupaban sus noches, pero si sus recuerdos más felices; ya no quería que el amor habitara sólo como una presencia infantil. El amor debía nacer del respeto y del trabajo, y aún más del arte, porque era él quien ocupaba ahora sus pensamientos.