miércoles, 3 de septiembre de 2008

Nada en la nevera

Nada en la nevera" de Alvaro Fernández, una pelicula que me gustó mucho y se quedó en mi memoria desde que la vi.
Pensé en el amor y en todo lo que uno se imagina cuando intenta adivinar lo que el ser amado piensa. Suposiciones que nunca resultan verdaderas y aún menos provechosas.
" Nada en la nevera"traduce la idea de no tener romance alguno, no tener arroz en bajito, no tener nada a la vista en materia de amores.
Hoy, la razón de mi "nada en la nevera" tiene otro tinte, hoy, se nutre de ausencia .
Tener la nevera vacía y como dicen "una ratón comiéndose las uñas" es algo que nos llena de nostalgia. La nevera es el almacenador de alimentos del siglo XX;y lo que nos llevamos al estómago muchas veces no sólo es comida, sino también un signo de estatus social, de salud, de personalidad. Quizás no sean hoy en día los tarots tan necesarios, si a alguien se le ocurriese leer neveras en vez de cartas o tazas de té.
Lo cierto es que para muchos el vacío en la nevera es causa de "poca guita", para otros la ausencia total, encarnada en la nevera.
Son estás ausencias las que nutren el recuerdo y el olvido, son ellas las que nos dicen, que cuando le otorgamos un vacío a alguien, le estamos dando mas importancia de la que agregándolo a un espacio social cualquiera en la lista del hoy famoso "facebook". El vacío es por tanto la completa completud de un espacio, así como cuando, vacía la nevera, sólo la llena la elegante "ausencia de trabajo" o la triste ausencia tantas momentos y personas como arena existe en el mar.

Un cuento para olvidar

Ella se negaba a olvidar, se negaba porque olvidar era un dificil tarea, una tarea de valientes que ella no estaba preparada para asumir.
Recordaba los días y las noches, los amores y los desamores, las palabras y las cosas, ella solo olvidaba el deber de olvidar...
Desde muy niña soñaba con ser artista, soñaba con lograr cambiar la ausencia por la presencia, el olvido por el recuerdo, los recuerdos por amores.
De noche siempre la acompañaban los cuentos, cuentos de esos que nos acompañaron cuando niños; habitados por heroínas de fantasía, diosas que no existen más que en la imaginación, escritas por grandes escritores que ya no escriben.
Los años corren, corren para escaparse del olvido que los persigue como un policía del tiempo.
Se crece y se olvida inevitablemente; se olvida para nacer, se olvida para crecer y ser.
Los cuentos que leía ya no ocupaban sus noches, pero si sus recuerdos más felices; ya no quería que el amor habitara sólo como una presencia infantil. El amor debía nacer del respeto y del trabajo, y aún más del arte, porque era él quien ocupaba ahora sus pensamientos.